Tríos bisexual. La estrategia III


(Para entender mejor este relato, es necesario leer las dos primeras partes.)


Al lunes siguiente, Manuel y María se fueron de vacaciones por un mes, a mí no me tocaba tomarlas en la misma fecha, así que seguí en la empresa, sin verlos.
Por aquella época no existían los teléfonos móviles, por lo que perdí el contacto con Manuel durante al menos tres semanas.
Hasta que una tarde, estando yo en un supermercado, de pronto lo vi, iba solo, estaba comprando comestibles y bebidas.
El corazón se me aceleró al verle, sentí verdadera alegría, rápidamente me acerqué a él.

—Manolo, cuánto tiempo sin verte, he llamado varias veces a tu casa, pero nadie coge el teléfono.
—Estamos fuera, —me respondió—, al día siguiente de estar yo en tu casa, fuimos, María y yo, a pasar el día a la playa, no lo teníamos previsto, pero estando allí nos enteramos de que alquilaban un apartamento por un mes, y no era muy caro, así que decidimos verlo, y allí estamos.
—vaya, que suerte tienes, y yo aquí trabajando como un esclavo, —dije riendo.
—ya solo nos quedan unos días por estar allí, nos volvemos el próximo domingo.
He venido a echar un vistazo a la casa y de paso a comprar algo de comida, allí está todo carísimo.

Me disponía a despedirme, cuando Manuel dijo:
—Acercarte a vernos alguna tarde, podríamos salir juntos los tres a cenar, hay muy buen marisco por allí.
—Podría ir el sábado, no creo que pueda antes, ya sabes que tengo que madrugar todos los días y hay un “tirón” de aquí a la costa.
—En tal caso, ven el sábado para pasar todo el día, como el domingo no trabajas, no hay problema.
Me apuntó en un papel la dirección, y quedamos para el sábado por la mañana.


Por fin llegó el sábado, me levanté muy temprano, aquella noche había dormido poco.
La idea de ver a María al día siguiente, me tuvo mucho tiempo en vela, me la imaginaba en bikini tendida en la playa, o en el apartamento.
Miles de ideas rondaban por mi cabeza, y mil veces se me puso dura durante aquella noche.
Cuando cogí mi coche eran solo las siete de la mañana, había más de cien kilómetros hasta el pueblo costero en que ellos estaban, y entonces casi no había autovías, llegar allí me llevaría al menos dos horas.
Y así fue, llegué sobre las nueve de la mañana, afortunadamente aun no hacía mucho calor, mi coche no tenía aire acondicionado.
Encontré pronto el bloque de apartamentos, aun temiendo que fuese muy temprano, me atreví a tocar el timbre, tuve suerte y acerté a la primera.
Una voz femenina se oyó a través del interfono:
— ¿Quién es?
—Soy Antonio, espero no haberos despertado.
— No te preocupes ya estamos desayunando, es el quinto piso, coge el ascensor.

Oí el zumbido del abrepuertas, y empujé el portón, el corazón me latía de forma descontrolada, una vez en el ascensor, respiré hondo varias veces, para serenarme un poco.
Al salir vi una puerta entreabierta, toqué con los nudillos.
—Adelante.

Era la voz de mi diosa, a la vez que yo abría la puerta, vi como ella venia hacia mí por el pasillo para recibirme.
No iba en bikini, como yo me la había imaginado la noche anterior, llevaba puestos unos pantalones cortos y una camiseta.
Supuse que no llevaba sujetador, la camiseta se ajustaba a sus pechos y se veían perfectamente marcados sus pezones.
En cuanto a los shorts, solo cubrían el principio de sus muslos, a la vez que marcaban los labios de su coño de forma descarada.
Su pelo rubio suelto, aún sin peinar, le daba un aspecto salvaje pero atractivo a la vez, y su cara, aunque sin maquillaje, era preciosa.
—Hola Antonio, pasa, Manolo está en el baño,
—Hola, —acerté a decir después de tragar saliva.
No lo había hecho nunca, pero me atreví a darle unos besos en las mejillas, y ella me correspondió.
Le agarré los brazos al hacerlo, mis manos temblaban, sin duda tuvo que darse cuente de ello, creo que me puse aún más nervioso al pensarlo.

Ella, sonriendo y sin perder su aparente serenidad, me invito a que la siguiese hasta la cocina.
— ¿Quieres un café?
—Lo que tú quieras ponerme.
—Sírvete mejor una copa si quieres, pareces nervioso, debe ser por el viaje, se hace pesado llegar aquí.
—Sí, —mentí, en parte—, es desesperante conducir hasta aquí con tantas curvas, pero esto es precioso, vale la pena venir.
Salió un instante de la cocina, para decirle a Manuel que yo estaba allí, y que fuese saliendo ya, ella también quería darse una ducha.
Momento que aproveché para servirme un copazo de whisky y beberlo de un trago, aquello quemaba, pero me relajó de golpe, mi cabeza voló por unos momentos, y ya podía respirar con más tranquilidad.

Al instante apareció mi amigo, solo ataviado con chanclas y un pantalón corto.
—Estaba en la ducha, esta noche ha hecho mucho calor y he sudado mucho.
—Ya, —dije riendo, y en voz baja añadí—, yo también sudaría con el pedazo de hembra que tienes a tu lado, esta preciosa esta mañana,
Me serví otra copa, y él me imitó.
Le di un trago a mi copa y Manuel hizo lo propio.
Me acerqué a él, y ayudado por el alcohol, le dije en voz baja:
—Escucha Manuel, después de lo que te voy a decir me puedes echar a la calle si quieres, estás en tu derecho.
Lo que hay entre nosotros dos, no es una relación habitual de amigos, lo nuestro es diferente, no estoy enamorado de ti, pero te aprecio como nunca he apreciado a otro hombre.
—Abrevia, María está a punto de salir, —me pidió.
—A ella me refiero,
Sabes que estoy loco por ella, además, he probado la misma polla que ella prueba a diario.
La envidio por tenerte, y te envidio a ti por tenerla a ella.
Solo te pido un hueco entre vosotros, aunque solo sea por una vez.
 Podría intentar tenerla sin que tú lo supieses, o incluso amenazarte con contarle lo nuestro.
Pero me sentiría muy sucio haciendo algo así.
Yo no dudaría en hacerlo por ti, si fuese posible.

Para mi sorpresa, mi amigo no parecía enfadado.
—Te comprendo, luego seguimos hablando. —Añadió al oír la puerta del cuarto de baño—,
Creo que viene María.
—Vale, —le dije—, ¿Por cierto, como estas del culo?
No pude evitar reír un poco al hacerle esa pregunta.
—Ya no me duele, te perdono, pero no olvido, me vengaré, —dijo riendo,
—Aceptaré la venganza, me lo merezco.

En ese momento entro su mujer en la cocina, ahora si iba en bikini, con un pareo atado a la cintura, estaba imponente, me quede con la boca abierta.
Manuel se dirigió a ella con tono serio, aunque en broma:
¿No te das cuenta de que estas poniendo enfermo a Toni, al verte así?
—Tampoco será para tanto, —respondió riendo.
—Con el permiso de tu marido, debo admitir que estas buenísima, menuda suerte tiene este pájaro, —dije, refiriéndome a Manuel.
Enrojeció ligeramente, y desvió la conversación.
— ¿Has traído bañador? –me pregunto.
—No, no he pensado en ello, es de gilipollas, vengo a la playa y no traigo bañador.
—Te puedo dejar uno de manolo, creo que te valga, ven conmigo,

La seguí dócilmente hasta el dormitorio, tuve que mirar para otro lado cuando se agacho para abrir un cajón del armario, saco un bañador, unos pantalones cortos y una camiseta, y lo puso todo sobre la cama.
—Te dejo solo para que te cambies, cuando salgas me puedes dar la ropa que llevas para meterla en la lavadora, así estará seca para esta noche. —dicho esto, salió de la habitación.
Cuando salía se me escapo un pensamiento en voz baja.
Dios mío, qué guapa es.
Supongo que me oyó, porque se detuvo un instante, pero siguió su camino y cerró la puerta al salir.

Los bañadores de hombre por aquella época, eran poco más que unos braslis de colores.
 Eran de aquellos que marcaban paquete. 
Toda la ropa de Manuel me valía a mí también, me lo puse todo y fui a reunirme con ellos, ambos estaban ya preparados.
—Vaya, la ropa de Manolo te sienta muy bien, —dijo ella riendo.
Le di mi ropa, la dejo en el lavadero, y nos fuimos.
La playa estaba muy cerca de allí, solo había que cruzar un par de calles, plantamos la típica sombrilla en la arena, y María tendió unas toallas bajo la poca sombra que había.

—Vamos un momento al chiringuito a traernos unos refrescos, —le dijo mi amigo a su esposa.
Era más bien una excusa para estar conmigo a solas, en primer lugar, pedimos unas cervezas para beberlas allí mismo.
— Me he dado cuenta de cómo la miras, —empezó por decir, en voz baja— sinceramente no me molesta, es más me excita ver como la deseas, supongo que, si se tratase de otro hombre, podría sentir celos, pero contigo no me ocurre.
Incluso tengo la sensación de que deseo compartirla contigo, yo también he probado tu polla, y me provoca mucho morbo, pensar que ella también la disfrute.
Yo escuchaba en silencio, no sabía que decir.

Siguió:
— No le puedo pedir que se acueste contigo, pero no te voy a poner trabas para que lo intentes sin que ella sospeche nada.
 Es más, he pensado que salgamos a cenar esta noche, dejaremos que corra un poco el alcohol, quizá eso te ayude en tu propósito.
Para empezar, os voy a dejar solos esta mañana, tanto como sea posible sin levantar sospechas, me iré a nadar mientras vosotros tomáis el sol.
Pero júrame por lo que más quieras que todo quedara entre nosotros.
—Te lo juro, una y mil veces si es preciso.

Volvimos hacia donde estaba la sombrilla,
 María estaba allí esperando, tumbada boca abajo sobre la toalla, con los codos clavados en la arena.
Estaba leyendo un libro.
—Voy a bañarme. —dijo Manolo.
—Yo también voy. —dije.
Nos metimos los dos en el agua, pero a los diez minutos dejé a mi amigo solo.
Siguiendo el plan previsto, él se quedó chapoteando por allí.

Al verme llegar, María me dijo que cogiese una toalla del macuto y me secase, así lo hice, y me tumbé a su lado.
Dejo el libro a un lado, y me dijo:
—Estas muy blanco, ¿Te pongo crema protectora?
—Dios mío, el “temido” ritual de la crema, —pensé.
—Si no es molestia, —acerté a decir.
—Para nada, —dijo— pero luego me la tienes que poner tú a mí.
— ¿No se enfadará tu marido si nos ve?
—No creo que sea tan tonto, no hacemos nada malo.

Dicho esto, empezó a extenderme la crema por la espalda con ambas manos.
Luego por las piernas.
Lo hacía con fuerza, como si te tratase de un masaje.
Afortunadamente, termino pronto.
Y con ello evité tener una erección.
—Ya está, —me dijo, a la vez que se tomaba la libertad de darme un palito en el culo.
No me esperaba eso, una ola de calor recorrió mi cuerpo en ese momento.
Esto me está gustando, pensé.
—Por delante te la pones tú mismo, ¿no?
— Si, será mejor que me la ponga yo, —dije riendo.

Me senté y me puse crema por delante, aunque sin entretenerme mucho en ello.
María se había vuelto a tender boca abajo sobre la toalla.
Ahora venía lo más agradable, y lo más difícil a la vez.
— ¿Me pones crema a mi ahora?
—No tengo experiencia en esto, espero hacerlo bien, —dije esto para justificar mi nerviosismo.
—No creo que sea nada difícil, —dijo riendo—, mientras se soltaba el nudo del sujetador para dejar su espalda totalmente desnuda.
Su sujetador suelto dejó al aire el blanco principio de sus pechos.
En aquella época era muy raro ver alguna mujer haciendo topless, sobre todo si era española, creo que en aquella playa no había ni una sola mujer con las tetas al aire.
Supongo que, por ello, María tampoco lo estaba.

Me puse de rodillas y me unté las manos con crema, empecé por sus hombros y fui siguiendo hacia abajo, recorriendo aquella piel tan suave, la piel de la mujer de mis sueños.
 A estas alturas del verano estaba ligeramente bronceada, yo intentaba pensar en otra cosa, tenía pánico a tener una erección y que ella lo viese.
Cuando llegué a la altura de su culo, paré, y dándole yo también una palmadita, le dije:
—Bueno, creo que ya está.
— ¿Y las piernas? –me pregunto
Me quedé mirando aquel culo, y aquellos muslos, parecían esculpidos por un artista.
Intenté reunir el valor suficiente para seguir, pero no pude.
—Perdona María, pero no puedo seguir, creo que no eres consciente de tu belleza, debo confesarte que me gustas con locura, y me he vuelto loco acariciando tu espalda, si ahora toco tus piernas puedo llegar a cometer alguna locura y estropear nuestra amistad para siempre.

—Perdóname tú a mí, —dijo mientras se volvía a abrochar la parte superior del bikini y se daba la vuelta para sentarse—, no lo he hecho con el propósito de calentarte, no pienses que soy lo que llaman una calienta pollas.
—No pienso eso, en todo caso soy yo quien tiene una mente retorcida, ya sabes que los hombres siempre pensamos en lo mismo, si llevásemos más tiempo juntos seria todo más natural, pero es la primera vez que te veo así, y eres tan guapa.
—Creo que me estoy poniendo roja con tanto piropo. –dijo esto llevándose el dorso de la mano a la cara, y ambos reímos a la misma vez.

Había transcurrido una media hora cuando vimos venir a Manuel.
— ¿No os vais a bañar? –pregunto.
Yo voy ya, —le dije—, y me dirigí hacia el agua.
Al entrar en el agua sentí que estaba algo fría, eso me vendrá bien, pensé, necesito refrescarme, a la vez que me sentía ridículo por no haber acariciado los muslos de María.
—Ahora estará pensando que soy un gilipolla, o un puritano...
Seguí caminando hacia dentro, ya me llegaba el agua a la altura del pecho, cuando al volverme vi a María que venía nadando hacia mí, al llegar a mi altura paro y se puso en pie.

El agua le llegaba ya a la altura de los hombros, porque era un poco más baja que yo.
— ¿No nadas?, —me pregunto.
—Soy muy mal nadador, prefiero no hacer el ridículo.
—Por cierto, mi marido dice que nos espera en el piso, dice que le picaba mucho la piel por la sal y tenía que darse una ducha.
Vaya, está empeñado en ponérmelo fácil. —pensé.

De pronto una ola nos sorprendió a los dos, yo estuve a punto de perder el equilibrio, instintivamente intenté sujetar a María para que no se cayese, y ella se agarró a mí.
Sin proponérnoslo nos encontramos, los dos abrazados, ella agarrada a mi cuello, y yo sujetándola por la cintura.
Aquella situación duró solo unos segundos, tenía su cara tan cerca de la mía que estuve tentado de buscar sus labios para besarlos.
De inmediato reaccionó, se doy cuenta de que estábamos abrazados y bajo sus manos, entonces liberé su cintura.
—He estado a punto de ahogarme, –dijo riéndose—, de no ser por ti.
—Con lo bien que nado, creo que me hubiese ahogado yo primero.
—Sera mejor que salgamos del agua, —sugirió—, se está levantado mucho oleaje, aunque es raro a estas horas.
— ¿Te apetece tomar un refresco? —le pregunté, mientras pisábamos ya la arena seca.
—Si me apetece, tengo mucha sed.

Mientras íbamos andando por la playa, veía como otros hombres la miraban con deseo, cuanto me hubiese gustado coger su mano, para que pensasen que era “mía”.
Una vez en el quiosco, pedimos dos cervezas, y nos sentamos en una mesa a la sombra, yo me bebí la mía casi se un trago y pedí otras dos, ella protestó un poco, diciendo que con una sola cerveza tenía bastante, pero pronto abrió el segundo bote.
—Que tonto he sido esta mañana, cuando no me he atrevido a ponerte crema en las piernas, sabe dios cuando volveré a tener la oportunidad de tocarte.
—No eres tonto, ni yo tampoco lo soy, veo muy bien cómo me miran los hombres, veo el deseo en sus ojos, me gusta sentirme deseada, pero hay muy pocos hombres que sepan hablarme sin hacer el payaso, o babeando.
Pocos me tratan con el respeto con que tú lo haces.

—Te comprendo, yo mismo siento vergüenza ajena cuando oigo las gilipolleces que dicen algunos para llamar la atención.
—Esta mañana he querido jugar un poco contigo, hace mucho que me di cuenta de que te gusto, pero allí en la empresa y en el pueblo, tengo que simular que soy toda una dama.
Tampoco soy una puta, pero no soy la mosquita muerta que veis en la oficina, aunque reconozco que esta mañana me he portado contigo como una calienta pollas, pero si hubieses visto la cara que ponías.
No sé qué pensaras ahora de mí, espero que no cuentes nada de esto en el pueblo.

—Manuel me conoce bien, él te puede decir que no soy de esa clase de hombres, nunca diría nada que os pudiese perjudicar a ninguno de los dos.
 ¿Sabes que he estado a punto de intentar bésate cuando estábamos en el agua? —me atreví a decir.
—Me he dado cuenta, justo a tiempo, a decir verdad, me he agarrado a ti de forma instintiva, como lo hubiese hecho con Manuel. Y de pronto estábamos abrazados, he sentido verdadero pánico al pensar que alguien conocido nos estuviese viendo, cuando salíamos del agua he mirado buscando alguna cara conocida, me he sentido aliviada al no ver ninguna.

—Pero me habrías dejado besarte, digamos que, en otras circunstancias.
—Tal vez en otro momento, quien sabe, tú eres un hombre, no eres feo.
 Y yo tampoco soy de piedra, pero a veces hay que saber resistirse al deseo, y decir que no, mientras tu cuerpo te pide a gritos que hagas lo contrario.
Bueno, vamos a recoger las cosas, creo que la cerveza me está haciendo hablar demasiado. —Dijo con voz grave.

—Por mí no debes preocuparte, todo lo que has dicho quedara entre nosotros, ahora que te voy conociendo mejor, me gustas más con cada palabra que dices.
Yo cargué con la sombrilla, y mi amiga con la cesta llena de toallas, y encaminamos nuestros pasos hacia el apartamento.
—Manolo y tu sois muy amigos últimamente, parece que más de lo que lo erais antes.
—Es verdad, no hemos hecho muy amigos. ¿Por qué lo dices?
—Por nada, es solo un comentario, digamos que me alegro de ello.

Seguimos en silencio hasta llegar al ascensor, una vez dentro dejé la sombrilla en el suelo mientras María pulsaba el botón del quinto piso.
Era un ascensor antiguo, sin puerta interior, y con la puerta exterior de apertura manual. Aquello arrancó con la brusquedad de un montacargas.
Afortunadamente no era nada rápido, así que me armé de valor y me atreví a preguntarle:
— ¿Y ahora, puedo besarte?
Creí que no me había oído, porque no respondió, y yo no me atreví a repetir la pregunta. Cuando de pronto, el ascensor paró tan bruscamente como había arrancado.
—Bueno, ya hemos llegado. —dijo.

¿Habrá oído mi pregunta? pensaba yo, sujeté un momento la puerta con la mano antes de abrirla.
—No me has respondido, —dije, quemando el último cartucho que me quedaba en ese momento.
—He preferido callar, tenías que haberlo intentado sin preguntarme, y no haberme dado tiempo a pensarlo.
—Eso tiene solución, — acerté a decir, con la boca seca por los nervios.
Sin dudarlo pulsé el botón donde ponía “Bajo”, aquello arrancó de nuevo con la brusquedad de un vagón de mercancías.
— ¿Qué haces, estás loco?
—Lo estoy, pero por ti.
No la dejé decir nada más, la abracé y la empujé contra la pared del ascensor, mis labios buscaron con desesperación los suyos, ladeó la cabeza intentando escapar.
—No me hagas esto, Mary, por favor.
Y esta vez sus labios cedieron al deseo, su boca respondió a mi beso, aunque de un modo pasivo, a la vez que sentía como su cuerpo se relajaba entre mis brazos.

Despegué mis labios de los suyos, para decirle:
—Gracias, mi vida, muchas gracias, en estos momentos debo ser el hombre más feliz del mundo. El frenazo del ascensor, nos hizo volver a la realidad.
Volví a pulsar el botón del quinto piso, a pesar de la lentitud del ascensor ésta nunca sería suficiente para saciar todos mis deseos de besar a María.

Nos volvimos a abrazar, y esta vez, ella lo hizo casi con la misma fuerza con que lo hacía yo. 
Esta vez, el beso que nos llevó hasta el quinto cielo, revelaba todo el deseo que había entre nosotros.
 Sabíamos que era cuestión de segundos que aquel trasto se parase, eso hizo más desesperado aquel beso.    
Solo cuando sentimos que aquel cajón se iba a parar en seco separamos nuestros labios.
— ¡Dios mío! ¿Qué hemos hecho? —dijo esto llevándose las manos a la cara, como para esconder su rubor.
— ¿Te arrepientes?
—No lo sé, pero tengo muchos miedos, nunca había besado a otro hombre después de casada, no sé si podré mirar a mi marido a la cara cuando le vea.
—Solo ha sido un momento de debilidad, creo que Manuel lo comprendería si lo supiese.
—Vaya, pareces conocerle mejor que yo. —Noté un punto de ironía en su voz, o tal vez me lo imaginé.

Ya llevábamos unos minutos hablando con el ascensor parado, afortunadamente nadie lo había llamado desde otro piso.
Me disponía a abrir la puerta, cuando María me interrumpió.
—Te quiero decir una cosa, pero no quiero que te enfades, y por favor no le digas nada a Manuel.
—Tienes mi palabra.
—Hace de ello unas noches, Manuel me abrazo mientras dormía, sentí que estaba… vamos, que la tenía dura, y pronunció tu nombre, o tal vez el de otro Antonio, no lo sé.
No le he dicho nada a él, solo te lo he dicho a ti porque necesitaba contárselo a alguien, no le digas nada, por favor.

Sentí como el calor subía hacia mi cara, sabía que en ese momento debía de estar tan rojo como un tomate, miré hacia otro lado intentando esconder mi rubor.
Pero eso era imposible, no cabía duda de que María se había dado cuenta de ello, vi la expresión pensativa de su cara.
Pero al instante, sonriendo, dijo:
—Vamos, Manuel debe estar ya “mosqueado”, hemos tardado mucho.
Cuando entramos, mi amigo estaba viendo tranquilamente la tele, y no parecía estar nada preocupado por nuestra tardanza.
— ¿Qué vamos a comer hoy? —Pregunto.
—Si os apetece una paella de marisco, puedo bajar a la pescadería tan pronto como me dé una ducha para quitarme la sal. —dio María.
—A mí me apetece.
—A mí también. —dijo él.

Una vez María en el cuarto de baño, me pregunto Manuel en voz baja:
— ¿Cómo te ha ido? —su voz denotaba un morboso interés por saber que habíamos hecho.
—Me pones en un aprieto, si te lo cuento, fallo a mi palabra con ella, y si no te lo cuento, te fallo a ti, ya que estamos juntos en esto.
—Te comprendo, estas entre dos fuegos, dime lo que puedas decirme, entiendo que estas en una situación difícil.
—Solo te voy a hacer un resumen, pero ella no debe saber que te he dicho nada, te lo ruego. He conseguido besarla, tras muchos intentos, al final le he robado un beso y ha cedido, no es para nada una mujer fácil.
Por otra parte, debo decirte que sospecha que hay algo entre nosotros dos, al parecer hablas en sueños y has pronunciado mi nombre en alguna ocasión, mientras la abrazabas.

Ahora fue él quien enrojeció.
—Vaya, pues no me ha comentado nada, es raro.
—Con tu permiso voy a darme una ducha, si puedes prestarme algunos de tus calzoncillos, te lo agradeceré, los que traje deben estar aún en el lavadero.
—Ahora te los llevo al cuarto de baño.
Cuando entro con ellos en la mano, estaba ya secándome, pues la ducha había sido rápida, era principalmente por quitarme la sal de la piel.
Al verme, cerró la puerta tras de sí.
— ¿Sabes? Tenías razón, ahora que estoy viéndote desnudo me apetece que me la vuelvas a meter toda por el culo, creo que yo también estoy enganchado.
—Pues ahora no hay tiempo para ello, y lo siento realmente, porque a mí también me apetece follarte y que me folles.
—Te voy a hacer una mamada rápida, —dijo agarrando mi polla, a la vez que se arrodillaba ante mí.
—Pero María debe estar a punto de volver.
—Dejaré la puerta del aseo entreabierta, así la oiremos si llega.

Abrió la puerta y volvió rápidamente para meterse mi polla en su boca, me costó un poco entrar en erección por los nervios, pensando que María podía volver de un momento a otro.
Pero una vez lo conseguí, no le di tiempo a Manuel para reaccionar, agarrando su cabeza, me puse a bombear dentro de su boca, como si de un coño, o de un culo se tratase.
Solo aflojé el ritmo cuando sentí que me iba a correr.
—Prepárate que va, —fue lo único que acerté a decir, mientras inundaba, una vez más, su boca de semen.
Apoyado contra una de las paredes del cuarto, me retorcí de placer mientras duró mi orgasmo.
—Eres un animal, —me dijo cuándo liberé su boca de mi polla.

En ese preciso momento oímos la puerta de entrada, era María.
Manuel se lavó la boca y la cara tan rápidamente como pudo, y se apresuró a salir del baño.
María lo vio salir y no dijo nada, solo cuando llegó a la cocina, pregunto por mí.
—Está duchándose, yo he ido a darle unos calzoncillos limpios, y de paso a mear.
—No es necesario que me des tantas explicaciones, —dijo riendo.
Mientras ellos hablaban, yo me apresuré en limpiar la leche que había caído al suelo, luego lavé mi polla en el bidet, me vestí y me dirigí a la cocina.
Tenía la impresión de llevar escrito en la cara lo que había pasado, y no sabía que expresión adoptar para que no se notase nada.

—Hola María, ¿ya estás de vuelta? —vaya pregunta tan tonta, pensé.
—Hola Antonio, —me dirigió una sonrisa, y una mirada cargada de complicidad, que parecía esconder muchas cosas.
No pude evitar quedarme pensativo, ¿Seria por lo del ascensor, o sería también porque sospechaba algo de lo que acababa de pasar en el aseo?
A todo esto, mi amigo me llamó desde el salón:
—Ven a ver la tele y tráete un par de cervezas.
Cogí dos botes del frigo, y al pasar junto a María, que iba con la ropa de la lavadora en las manos para tenderla, le di un beso furtivo en los labios.

—Eres un sinvergüenza, —me lo dijo sonriendo.
— ¿Por besarte?
—No lo digo solo por eso, tenemos que hablar cuando estemos solos.
—Bueno, a ver si tenemos alguna ocasión, —dije intrigado, y a la vez preocupado.
Llegué al salón, le di un bote a Manuel, y me senté a su lado.
—Dice tu mujer que tiene que hablar conmigo, estoy preocupado —dije en voz baja—, si te es posible, busca alguna excusa para dejarnos solos, si quieres.
—Yo también estoy intrigado, intentaré dejaros solos sin que sospeche nada, tengo que pensar algo.
De pronto oímos una voz que provenía de la cocina.
—Manolo, no queda suficiente arroz, no me había dado cuenta, ¿Puedes bajar a comprar un paquete?
Los dos sabíamos que eso era solo un truco para que Manuel se fuese.
—Tendré que ir, —dijo él, simulando desgana.
— ¿Voy contigo?
—No hace falta, —me respondió sonriendo—, quédate viendo las carreras.

Tan pronto como nos quedamos solos, María acudió y se sentó a mi lado, lo primero que hice fue intentar besarla, pero se negó.
—No tenemos tiempo para eso ahora, aunque yo también tengo ganas.
—Bueno, dime, me tienes preocupado.
—Prométeme que no te vas a enfadar.
— ¿Cómo me voy a enfadar contigo, si te adoro?
—No quiero parecer retorcida, ¿Pero de verdad no hay nada más entre mi marido y tú?
He visto vuestras caras cuando habéis salido del baño esta mañana, y estabais muy nerviosos.

En ese momento me sentí desarmado, no tenía fuerzas para ponerme a la defensiva ante María, me limité a bajar la cabeza, como un niño que ha hecho alguna travesura.
Sentí el calor subir por mi cara una vez más, sabía que de nuevo estaba tan rojo, que era inútil seguir fingiendo.
—Aunque fuese así, ¿Tú crees que podría decírtelo?
— ¿Y si te digo que no me desagradaría que fuese verdad?
 A veces tengo fantasías, y entre otras cosas, me imagino a Manuel haciendo el amor con otro hombre.
Creo que a ti te lo puedo contar, ya te dije que no soy una mosquita muerta.
—Bueno, dije titubeando, hay un poco de verdad en tus sospechas, pero por dios no le digas nada.
—No le diré nada con una condición, tienes que buscar el modo de que os sorprenda haciendo algo, no me puedo resistir al morbo de oír a Manuel dándome explicaciones.
—No tengo elección, tengo que ceder a tu “chantaje”, aunque debo admitir que me excita la idea.
—Esta tarde saldré con algún pretexto y os dejaré solos, pero simulando que se me ha olvidado algo volveré antes de lo previsto.
Intentaré no hacer ruido al entrar y os sorprenderé, procura que sea en el cuarto de baño, así sabré donde dirigirme cuando vuelva.
—No sé si voy a saber fingir, y me jode engañar a Manuel, pero te deseo a ti mucho más que a él y haré todo lo que me pidas, si con ello consigo tenerte, aunque solo sea por una vez.
—Tienes mi palabra, y puede que sea hoy mismo.

Y dicho esto, fue ella quien se abalanzo sobre mí, sellando nuestro pacto con un beso que me dejo sin aliento.
 Yo aproveché la ocasión para acariciar sus pechos, firmes, aunque no exageradamente duros.
No quedó tiempo para más, oímos como se abría la puerta del apartamento.
María se dirigió rápidamente a la cocina, Manuel entró poco después para darle el arroz, y luego vino a sentarse a mi lado en el salón.
— ¿Qué te ha preguntado? —me dijo en voz baja.
Mentí…
—Me ha estado hablando sobre lo que ha ocurrido esta mañana, está preocupada por lo que yo pueda pensar de ella, o bien por si se lo cuento a alguien.
También lo está, por si tú llegas a saber algo.
Le he dado mi palabra de que guardaré el secreto, y le he explicado, lo mejor que he sabido, que no pienso nada malo de ella.
No me ha dicho nada más, y al instante has llegado tú.
—Estaba preocupado, temía que te volviese a preguntar por lo nuestro.
—Si pensaba hacerlo no le ha dado tiempo para ello. —volví a mentir.

Pronto nos llamó la cocinera para que le ayudásemos a poner la mesa, cosa que hice encantado, por estar cerca de ella.
La comida estaba buenísima, aunque ninguno comimos en exceso, creo que los tres estábamos pensando en otro tipo de comida.
A pesar de ello, sentí sueño después de comer, por lo que pedí permiso para echarme una pequeña siesta.
Debido a que aquel apartamento solo disponía de un dormitorio, me invitaron a que me acostase en la cama.
Manuel me dijo que prefería echarse en el sofá a ver la tele, y María optó por ir a pasear por el malecón para “rebajar” la comida.

Tan pronto como mi musa salió por la puerta, me metí en el cuarto de baño y me desnudé, ahora tenía que buscar un pretexto para que mi amigo acudiese.
Simplemente lo llamé.
— ¿Manolo, puedes venir?
— ¿Qué quieres?
—Que vengas.
—Voy.
Al abrir la puerta me vio desnudo, y se quedó sin saber que decir.
—Ahora tenemos más tiempo, y me apetece comerte la polla, —le dije.
Sin mediar palabra se desnudó rápidamente y se lavó la polla y los huevos en el bidet.

 Luego, apoyó su espalda contra una de las paredes del cuarto de baño, y yo, sin dudarlo un momento, le abracé y besé su boca, luego fui bajando por su pecho y su vientre, cubriéndolo de besos a la vez que mi mano ya estaba sopesando sus huevos.
Cuando llegué a su polla, estaba ya tan dura como el hierro, fue una delicia meterme aquello en la boca, mientras mis manos agarraban su culo.
Me encarnicé comiéndome aquello, metiéndomela en la boca tanto como podía, y luego sacándomela para lamer su rojo glande, una y otra vez.
Estaba tan a gusto en ese momento, sintiendo en mi boca y entre mis manos como Manuel se retorcía de placer, que me había olvidado por unos momentos de lo acordado con María,
De pronto oímos girar el pomo de la puerta, y esta se abrió.
De rodillas, no pude ver la cara de mi amigo cuando miró hacia la puerta, yo también miré a la vez que retiraba mi boca de su polla, esta había perdido su dureza de forma instantánea.

Allí bajo el marco de la puerta estaba ella, vestida con pantalón corto y camiseta, con ese cuerpo capaz de revivir un muerto.
Y yo allí, postrado ante su marido, con mis manos agarrando aún sus nalgas.
Levanté la mirada y vi la cara de mi amigo, roja de vergüenza.
A pesar de tenerlo todo preparado, me sentí ridículo en ese momento, creo que yo también enrojecí, pero peor me hubiese sentido si me llega a pillar con la polla de su marido clavada en el culo.
No sé si su indignación era del todo fingida, pero sí lo era debo reconocer que interpretaba muy bien.
Su cara estaba encendida de ira, y su voz trasmitía enfado e ironía a la vez.
—Bonito espectáculo, ya me decía yo que parecía haber demasiada amistad entre vosotros.

Me puse en pie y miré la cara de Manuel, ya no estaba roja, ahora estaba tan pálido como el lavabo que había a mi espalda.
—Es culpa mía, he sido yo quien ha provocado esto.  —dije intentando ayudar al ahora asustado marido.
Ambos cogimos nuestra ropa en un intento de salir de allí lo antes posible.
— ¡Quietos!  —Ordeno María sin moverse de su sitio— No he terminado, dejad la ropa donde estaba.

Obedecimos sin replicar.
—Te imaginas, Manolo, si me hubieses sorprendido tú a mí con Antonio. ¿Cómo te sentirías?
—No te puedo responder ahora María, estoy confuso, no sé qué decir.
—Pues lo vas a comprobar, —dijo, a la vez que se quitaba la camiseta.
— ¿Qué haces? —Balbuceó su marido.
—Me estoy desnudando yo también. ¿No lo ves?
Y siguió quitándose ropa, el sujetador, los pantalones, solo se dejó las bragas.
Su marido estaba acostumbrado a verla, pero yo me tuve que agarrar al lavabo, las piernas me fallaron por un momento al ver aquel cuerpo.
Se acercó a mí y me cogió una mano.
—Ven aquí y abrázame, —dijo esto arrastrándome hacia ella.
Miré a Manuel, buscando a la vez su mirada, pero para mi sorpresa me invitó con un leve movimiento de cabeza a obedecer, y lo hice sin dudar.
Tan pronto como sentí el calor de su cuerpo al abrazarnos, dejó de importarme la presencia de su marido.
Fue ella quien busco mis labios para besarme, su boca quemaba, no pude evitar una erección de mi pene contra su vientre.
Sin dejar de abrazarme, liberó mi boca para preguntar.
— ¿Qué se siente, Manuel?
Pero la respuesta de no fue tal vez la que ella esperaba, o quizá sí.
Quizá el mayor sorprendido fui yo.
—A decir verdad, pues que me excita veros, me provoca bastante morbo.

Me volví para mirarle, y no pude evitar que mis ojos se posasen directamente en su polla, la tenía apuntando al techo.
—Además de maricón, eres un cabrón consentido. —dijo simulando desprecio, pero su sonrisa le traicionaba, a ella también el excitaba la situación.
Y añadió:
—Bueno, pues ahora no pienso moverme de aquí hasta que no terminéis con lo que estabais haciendo.
Así que, Antonio, vuelve a ponerte de rodillas.

 DE nuevo interrogué a Manuel con la mirada, y este volvió a apoyar su espalda contra la pared.
 Lo cual no me dejó lugar a dudas, al instante me encontré de nuevo con su espada, tan dura como antes en la boca.
María había cerrado la puerta, y apoyada en ella, se acariciaba los pechos, luego su mano fue bajando hasta meterse dentro de sus bragas, y allí ante nuestras miradas se puso a masturbarse, a la vez que su cuerpo se retorcía voluptuosamente. 
No podíamos evitar mirarla, yo tenía una erección de muerte, y su marido, no menos, no tardo ni un minuto en correrse dentro de mi boca, estaba tan abstraído mirando a su mujer, que no me aviso.

Y una vez más tragué parte de su leche, pero agarrándome la cabeza, me forzó a aguantar toda su corrida sin sacar su polla de mi boca.
Su excitación debía ser tremenda, porque nunca lo había visto verter tanto semen y durante tanto tiempo.
La leche que ya no cabía en mi boca, salía de ésta con cada empujón que daba con su polla hacia mi garganta, formando un charco en el suelo.
Por sus suspiros y contorsiones, deduje que María también estaba teniendo un orgasmo, al igual que su marido, quedo con la espada apoyada, en este caso en la puerta, extenuada.

En aquel trío, solo quedaba yo sin haberme corrido, aunque la polla me chorreaba sin cesar, por la excitación. No podía aguantar más, me volví hacia la bañera y me puse a masturbarme Inmediatamente sentí el cuerpo de María apoyado en mi espalda, y como su mano me agarba la polla.
—Yo te lo haré, me dijo en voz baja. —Y su pequeña mano agarro con fuerza mi pene— Te la chuparía, pero eso seria llegar demasiado lejos por ahora.
Aquellas palabras bastaron para sentir que me iba a correr inmediatamente. Apoyada contra mí, María siguió masturbándome hasta que le tuve que pedir que parase. Los chorros de leche habían rebasado la bañera impactando en la pared. María retiró su mano embadurnada de semen, y después de besar mi espalda se lavó en el lavabo.





Mientras tanto, Manuel se había lavado en el bidet, y ya se había vestido, salió en silencio, estaba pensativo, supongo.
Cuando llegué al salón lo encontré viendo la tele con un bote de cerveza en la mano, había puesto más botes en la mesa, me ofreció uno, lo cogí y me senté a su lado.

Se le veía preocupado, pero yo no podía decirle que casi todo lo que acababa de ocurrir estaba preparado.
Al momento llegó su mujer, iba sonriendo, lo cual me tranquilizó bastante.
—Supongo que tendremos que hablar los tres, —dijo Manuel, con voz de niño arrepentido.
—Adelante, —dijo ella.
—Si lo preferís, os dejo solos un momento para que habléis con más intimidad. —dije.
—Por mi parte, creo que no es necesario que te vayas, estamos los tres en esto, —interrogó a su mujer con la mirada.
—Yo también creo que es mejor que te quedes.
Tras un breve silencio, Manuel tomo la palabra:
—Cómo has visto, Antonio y yo, estamos liados desde hace algún tiempo, fue algo que ocurrió de forma imprevista, nos gustó y lo hemos repetido en alguna ocasión.
Hemos descubierto que nos gusta tener sexo entre nosotros, es solo por vicio y morbo, diría yo.

—Es así, —dije —, a mí no me atraen los hombres físicamente, pero no puedo negar que me encanta tener una polla dentro del culo o en mi boca.
Supongo que ahora sentirás algo de asco al vernos, lo entenderé, pero quiero que sepas que fui yo quien arrastro a tu marido a esto, él no conocía este mundo.
—No me dais asco, tampoco siento celos, es más me da mucho morbo imaginar a Manuel con una polla dentro del culo.
Lo que me da algo de rabia es que no haya tenido la suficiente confianza en mí como para confesarme sus deseos ocultos.
También es posible que sea yo quien no he sabido ganarme su confianza, siempre temerosa de que podía pensar de mi si le mostraba mi lado “perverso”.

—Yo sentía pánico ante la idea de que lo supieses, nunca pensé que lo comprenderías, y tengo mucho miedo a perderte. —Confesó Manuel—. Ahora me doy cuenta de que teníamos que haber sido más sinceros el uno con el otro.
—Creo que ahora el intruso aquí soy yo, voy a recoger mis cosas y me iré, quizá necesitéis algo de intimidad.
—Por mi parte deseo que te quedes, — dijo María—, solo te pido que nos dejes unos minutos a solas, pero no deseo que te vayas ahora.
— Lo mismo digo, —añadió Manuel.
—En ese caso voy a dar un paseo por la calle, volveré en media hora, más o menos.

Salí a la calle con la cabeza llena de ideas que intentaba poner en orden, tampoco sabía muy bien cómo me sentía.
Pensaba en la enorme cantidad de mentiras que nos habíamos dicho unos a otros para llegar a esto, si todo se descubría, no solo peligraba nuestra amistad, sino también el matrimonio.
Seguí paseando como sonámbulo, sopesando la mezcla de culpa y de deseo que había en mí.
Mi deseo por María seguía intacto, pero tenía mucho miedo a estropear su matrimonio, no quiera que ninguno de los dos sufriese por mi culpa.

Cuando volví, dudé unos momentos antes de tocar el timbre, no sabía con qué me iba a enfrentar al subir al piso, una ola de cobardía recorrió mi cuerpo.
Al fin me atreví a pulsar el botón, la puerta se abrió al instante.
Al llegar arriba me encontré con la puerta del piso abierta, toqué con los nudillos y entré sin decir nada, cerrando la puerta tras de mí.
Al entrar al salón, les encontré sonriendo, noté que había cierta complicidad entre ellos, y me sentí aliviado.
Ella iba tan solo vestida con una bata de casa, se adivinaba que no llevaba nada debajo, y él estaba en pantalón corto.
Por sus miradas deduje que había habido algo más que palabras entre ellos, y me alegré sinceramente.

—Hola, —me dijeron los dos, al unisonó.
María tomo la palabra:
—Hemos estado hablando Manolo y yo, —y algo más, pensé yo—, bueno, que hemos decidido que te quedes aquí esta noche, y mañana nos podemos ir todos juntos, si quieres.
Esta noche podemos salir a cenar, y también podemos ir a la discoteca.
—Me parece bien, lo mismo tengo suerte y ligo esta noche.
—Creo que esta noche preferimos que seas “nuestro.”  —añadió mi amigo, buscando la mirada de su mujer.
En ese momento tuve la sensación que habían tomado las riendas de la situación, solo añadí sonriendo:
—Lo que querías, sois dos contra uno. —bromeé.

A estas alturas eran ya las siete de la tarde, así que decidimos “arreglarnos” y salir a dar un paseo, y de paso elegir un local para ir a cenar más tarde.

Buscamos una terraza para tomar unas cervezas, mientras contemplábamos el mar, la playa estaba ya casi desierta, había sido tomada por las gaviotas y algunos pescadores que estaban preparando sus cañas.
La tarde trascurrió entre bromas y risas, hablando del trabajo y de otros temas cotidianos, supongo que para evitar hablar de lo que realmente nos “preocupaba”.
Eran las nueve cuando decidimos ir a cenar, Manuel había elegido el local, un restaurante discreto y acogedor.

La cena fue deliciosa, y el vino era de lo mejor, nos bebimos dos botellas entre los tres, procurando que la copa de María no estuviese nunca vacía.
Cuando llegó el momento del café y los licores, la tensión que había entre nosotros, había disminuido notablemente, convirtiéndose en risas y miradas de complicidad.
Mi amigo no me dejó pagar ni una peseta de la cuenta, me rendí, a condición de pagar yo las entradas de la discoteca.

Decidimos ir a una sala pequeña, aunque había otra enorme en las afueras del pueblo, esta era más acogedora y discreta.
Solo tenía una pista de baile central y asientos con mesas alrededor, todo ello sumido en la penumbra.
Pasamos por la barra y nos llevamos unos combinados a una de las mesas, María se sentó junto a su marido, y yo a otro lado de la mesita.
En la pista la gente daba saltos al ritmo de la música, cada cual bailando según su estilo y el que le marcaba el alcohol.

En aquella época existía lo que llamaban bailar suelto o bien agarrado, por lo que el “pincha discos” iba alternando tandas de diferentes estilos de música.
Pronto llegó el momento de lo que llamaban las canciones “lentas”, era así como se ligaba entonces, sacabas a bailar a una chica, y con mucha suerte podías incluso terminar besándola durante el baile.
— ¿No vais a bailar? —pregunté.
—Creo que Manolo no ha vuelto a bailar conmigo desde que estamos casados, es un aburrido.
—Bailad vosotros dos, si queréis, iré a tráeme otras copas.
— ¿Vamos? —me dijo ella, a la vez que se ponía en pie y me tendía la mano.
Yo lo estaba deseando, pero simulé dudar un poco para que no se notase, pero él sabía que eso era teatro.
—No lo pienses más, si lo estás deseando. —me dijo riendo.

Un poco turbado, seguí a María hasta la pista de baile, se situó en el centro de la pista, así rodeados de otras muchas parejas, y ayudados por la penumbra, pasábamos más desapercibidos.
Tan pronto como paro de andar se doy la vuelta hacia mí, nos abrazamos, primero tímidamente, pero al momento ya no cabía ni un alfiler entre nuestros cuerpos, aunque no se resistió a mi abrazo, me tuvo que pedir que no lo hiciese tan fuerte, le faltaba aire.
—Es tanto lo que te deseo que no sé controlarme. —le dije al oído.
—Y yo a ti, pero también a Manolo, estoy entre dos fuegos, a ti te deseo sexualmente, a él un poco menos, porque llevamos muchos años juntos, pero le quiero.
— ¿Que habéis planeado para esta noche? —Pregunté.

—Nada en concreto, solo hemos llegado a un acuerdo, acepto vuestra relación si yo también puedo disfrutar de ella, o sea participar, aunque estoy un poco asustada, nunca he hecho algo así, hasta el día de hoy solo había tenido sexo con Manolo.
He besado a otros hombres cuando estaba soltera, pero solo eso.
—Yo tampoco sé cómo terminara esto, tengo miedo a que se rompa mi amistad con vosotros. Pero es tanto lo que te deseo, que hoy no aceptaría nada a cambio de hacer el amor contigo, suponiendo que tú estés aún dispuesta a hacerlo.

—Entre mi marido y yo ha quedado bien claro hoy, que queremos hacerlo, si él ha hecho el amor contigo, ¿Por qué no puedo hacerlo también yo?
Y después no debe de haber ni el más mínimo reproche por ninguna de las dos partes.
Por ahora parece atraerle la idea de que formemos un trío, al menos por esta noche.
—Estoy loco por besarte en estos momentos, pero aquí hay demasiada gente, puede vernos algún conocido, habla con Manolo, a ver si le apetece que nos vayamos.

En ese momento cambió el tipo de música, así que fuimos a reunirnos con mi amigo.
María se sentó a su lado, y le dijo algo que no pude oír debido a la música.
— ¿Nos vamos? —me preguntó Manuel, elevando la voz, asentí con un movimiento de cabeza.
Entre bromas y risas nerviosas, pronto llegamos a la puerta del apartamento.

Espero vuestras opiniones.





2 comentarios:

  1. Pues si no habías oíodo hablar del sida eso tenían que ser los primeros ochenta o incluso antes ¿no? Pues si que era "moderna la chica" jajajajaj

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  2. Querido Dani, el sexo existe desde el principio de los tiempos, es algo tan natural como la necesidad de comer. Somos nosotros quienes hemos retrocedido.

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Tu opinión es muy importante para mí. Gracias.