Infidelidad e Intercambios. Puta por amor.




Habían pasado dos años desde que Hugo y Alba decidieron irse a vivir juntos.
Dos años, desde aquel día cargado de ilusión en el que estrenaron aquel piso.
Los primeros seis meses fueron maravillosos, la hipoteca no se empezaba a pagar hasta el sexto mes, y solo estaban pagando un pequeño préstamo personal que habían pedido para amueblar el apartamento y para otros gastos varios.
 Desde hacía tres años Hugo trabajaba en las oficinas de una gran empresa. A sus 30 años era el primer empleo estable que había encontrado, y aunque su sueldo no era muy alto, al menos era fijo en la empresa, lo cual era muy importante, y gracias a ello le concedieron el préstamo hipotecario sin problemas.
En cuanto a Alba, con 28 años y su carrera terminada, aún no había conseguido un puesto de maestra en un colegio. Por lo que se dedicaba a dar clases particulares en su casa y con ello ayudar un poco al sueldo de su marido.
A pesar de ello la situación económica se estaba complicando día a día. El viejo coche que compartían había pasado a mejor vida, y se vieron obligados a pedir un nuevo préstamo para sustituirlo.
Desde hacía unos meses Hugo se estaba viendo obligado a pedir anticipos en la empresa y a veces se retrasaban en los pagos de las cuotas de los préstamos.
La vida había dejado de ser tan de color rosa como al principio, la preocupación estaba haciendo mella en la convivencia, y las discusiones eran cada día más frecuentes, a menudo por motivos irrelevantes.
Afortunadamente para ellos aún se seguían queriendo, y casi todas las noches hacían una tregua en la cama que terminaba con el orgasmo de ambos. Luego se dormían abrazados hasta el día siguiente, donde de nuevo la dura rutina volvía a romper la magia.
Hugo no era un hombre que destacase físicamente, era lo que llaman un hombre corriente, de estatura media y de belleza en igual medida. Sin embargo, había sabido conquistar el corazón de una mujer preciosa, ni él mismo sabia como lo había conseguido.

Al físico impresionante de Alba le acompañaba una cara preciosa y una larga melena negra, del mismo color que sus ojos, su mirada tierna y profunda reflejaba una inocencia que ya no tenia, y despertaba en todos los hombres cierto instinto de protección y a la vez de deseo.
Deseo de besar la blanca piel de su rostro, y esos labios rojos por naturaleza y a la vez discretos al no ser demasiado carnosos.

Alba estaba llegando a esa edad en la cual las mujeres alcanzan su máximo esplendor, como las rosas cuando se abren para mostrar toda su belleza y esparcir su perfume, para luego, poco a poco, con el paso del tiempo ir perdiendo sus pétalos.

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Como cada noche estaban cenando en la cocina viendo la televisión, cuando Hugo tomo la palabra interrumpiendo al presentador del telediario.
— ¿Sabes una cosa, Alba?
—No soy adivina. —Respondió sonriendo.
—La central ha enviado un nuevo jefe a las oficinas, es un hombre de unos 50 años, parece amable y algo campechano. Nos está entrevistando uno a uno para conocernos mejor, mañana me toca a mí.
—Procura darle una buena impresión, a ver si con ello te ascienden y te suben el sueldo. —Dijo ella riendo.
—Sabes de sobra que no soy un pelota, pero intentaré quedar tan bien como me sea posible.
Ambos rieron con el comentario, y tras seguir viendo la tele durante un rato más decidieron irse a la cama.

Aquella noche, una vez más hicieron el amor, Hugo le comió la vulva a su mujer hasta que esta, entre convulsiones, le pidió que parase, quedando rendida tras correrse.
Luego fue él quien eyaculó entre sus piernas, mientras ella que no se había recuperado aun del orgasmo, parecía seguir lejos, como ausente.
Y una noche más se durmieron abrazados, aquello era lo más grande que tenían, nadie les podía robar aquellos momentos.

Paso el día siguiente sin que se viesen. Hugo tenia trabajo atrasado y tuvo que trabajar también por la tarde, quedándose a comer en la empresa.
Durante la cena, Alba le pregunto por la entrevista.
—Creo que le he causado una buena impresión, incluso hemos estado tomando café juntos en la cafetería.
—Pues me alegro mucho, espero que ello ayude a mejorar tu posición en la empresa.
—Espero que no te enfades, pero me he tomado la libertad de invitarle a cenar este fin de semana, y ha aceptado. Va a venir el sábado por la noche con su esposa.
—No me enfado, pero no estamos acostumbrados a recibir gente importante, no sé si sabremos estar a la altura.
—No te preocupes, parece ser un hombre de costumbres sencillas, y amante de la buena mesa sin florituras. Por cierto, se llama Mario, y su mujer Rosa.

Y llegó el sábado.
Alba no era una gran cocinera, tuvo que buscar en Internet una receta de carne asada al horno, el cual resulto estar buenísimo.
La cena fue un excito. Mario y su esposa felicitaron a Alba por ser tan buena cocinera, y a Hugo por el vino que había elegido para la ocasión.
Mario era un hombre maduro, alto y de cuidado aspecto, su pelo gris le daba una apariencia seria, pero su amabilidad al hablar contrarrestaba esa primera impresión.
En cuanto a Rosa, era aún una mujer muy guapa, los años querían marchitar aquella belleza y ella lo combatía con algo de maquillaje y tinte para el pelo, con muy buenos resultados.

Sentado frente a Alba en la mesa, Mario no dejo de mirarla durante toda la cena.
Alba se sentía ligeramente incomoda.
Rosa era consciente de la situación, miraba de reojo a su marido, pero parecía estar acostumbrada a ello, y seguía la conversación con aparente naturalidad.

Mario contó cosas sobre su vida, como empezó desde abajo en la empresa hasta llegar a la actualidad y sus muchos tropiezos en la vida.
No había sido un camino sencillo, pero ahora él y su esposa eran relativamente felices.
Rosa recordó anécdotas sobre cuando se conocieron, y sobre los dos hijos que habían tenido juntos.

En cuanto a Alba y Hugo, una vez perdida la timidez inicial, y con la ayuda del vino, contaron sin pudor cuál era su situación actual y lo mal que lo estaban pasando.
Aunque después de ello pidieron disculpas al otro matrimonio por abusar de su confianza contándoles sus problemas.
—No os preocupéis, —dijo Mario— como os he contado, nosotros también tuvimos unos años difíciles al principio. Pero Hugo es un excelente trabajador y estoy seguro de que tiene un futuro brillante en la empresa.
—En cuanto a ti, —añadió Rosa— estoy segura de que muy pronto tendrás una clase a tu cargo y serás una excelente institutriz.

Aquello parecía el inicio de una buena amistad, las mujeres intercambiaron sus números de teléfono, y quedaron en volver a cenar otro día en casa de Mario.

Una vez solos tocaba sacar conclusiones sobre lo sucedido.
— ¿Qué te ha parecido mi jefe?
—Es simpático y parece buena gente, aunque no ha dejado de mirarme en toda la noche.
—Me he dado cuenta, pero es normal, eres muy guapa. —Dijo a la vez que le daba una palmadita en el culo.
Siguieron hablando sobre todo lo se había dicho aquella noche en la mesa, hasta que decidieron irse a la cama.

Estaban desnudándose en el dormitorio, cuando Hugo llamo la atención de Alba.
—Cariño.
—Dime. —respondió ella.
—Pues que hace ya mucho tiempo que no lo hacemos por el otro lado…
—No sé qué quieres decir. —Dijo haciéndose la tonta.
—Lo sabes muy bien, por el culo, sabes que me gusta mucho.
—Claro, pero a mí no me gusta tanto, duele, pero si consigues calentarme lo suficiente talvez te deje esta noche.
—Pues vamos a ello, —dijo el sin dudar, y se dirigió al baño volviendo con un tubo de vaselina.

El sexo anal no era una práctica muy habitual entre ellos, no lo habían practicado más de cinco veces en el tiempo que llevaban juntos.
Ella siempre había cedido ante la insistencia de él, y sentía mucho morbo con ello, pero no demasiado placer.

Ahora sus cuerpos desnudos estaban tendidos sobre la cama, los dos miraban al techo sonriendo, jugando a ver quién aguantaba más tiempo sin abalanzare sobre el otro.
Al final fue ella quien haciendo rodar su cuerpo se dejó caer sobre él y sus labios se encontraron para unirse como polos opuestos.

La idea de poseerla por el culo, volvía loco a Hugo, que no escatimaba en besos ni caricias. Ella lo sabía y se divertía pensando que ella era quien tenía la llave para dejarle entrar o no.

Alba se incorporó para arrodillarse ante la polla de Hugo, vio lo excitado que estaba cuando se metió en la boca aquel glande expulsando liquido preseminal. Pero a ella no le desagradaba aquel sabor salado, y succiono varias veces para extraerlo todo.

A Hugo se le escapo un grito ahogado de placer, y ella supo que tenía que dejarlo ante el peligro de que se corriese antes de tiempo y en su boca.
Cosa que nunca había pasado antes, talvez porque ella nunca se lo había pedido, y él tampoco se atrevía a hacerlo.

Ahora era ella quien estaba bocarriba, Hugo estaba acariciando y lamiendo sus pechos, sus pezones estaban erguidos como puntas de lanza, su sensibilidad en los pechos era enorme, sus gemidos daban fe de ello, mientras atraía con sus manos la cabeza de su pareja.
Cuando Hugo consiguió liberarse fue bajando hasta la parte más secreta y deseada de la anatomía de aquella belleza.
Cuando su boca llego allí, Alba tenía ya las piernas abiertas y los labios de su precioso coño, rodeados de un cuidado vello negro, separados.

Como otras tantas veces su lengua se hundió dentro de aquel valle húmedo y caliente, lamiendo aquellos repliegues rojos.
Pero esta noche su lengua no se limitó a lamerle el coño, empezó lamiendo la entrada prohibida, para luego seguir con la de su vagina, se recreó largamente alternando entre un agujero y otro, hasta que decidió subir hasta el clítoris.
Succiono varias veces aquel garbancito para luego seguir lamiéndolo, la contorsiones y gemidos de Alba no dejaban lugar a dudas, estaba realmente caliente.

Hugo dejó de comerle el coño, no quería que ella se corriese aun, ella no protesto.
Le pidió que se pusiese a cuatro patas, y ella obedeció dócilmente, acercó su verga a la vulva y la penetro tan adentro como le era posible.
Alba emitía pequeños gemidos cada vez que la polla de Hugo recorría su vagina, hasta que él optó por abandonar el confort de aquella gruta, aunque le apetecía correrse prefirió reservarse para hacerlo dentro del culo de Alba.

Ella no dijo nada cuando lo vio coger el tubo de vaselina que estaba sobre la mesilla, por lo que Hugo dedujo que aceptaba ser sodomizada.
—Ve con cuidado por favor. —Fueron sus palabras cuando Hugo estaba metiendo un dedo embadurnado de crema dentro de su ano.
—No te preocupes cariño, no te haré daño. —Su voz era calenturienta y dulce.
Así siguió hasta que consiguió meterle dos dedos sin que ella se quejase, tras lo cual pensó que ya era suficiente y retiro su mano para acercar ahora su glande, del que colgaba un hilo de líquido viscoso, a la entrada.

—Empuja despacio cuando yo te lo pida.
Hugo obedeció, su glande ya estaba dentro, espero a que Alba le diese la orden para seguir entrando.
Pasaron unos instantes, hasta que ella, con sudor en la frente, le dijo entre dientes.
—Ahora, sigue empujando despacio, así, sigue, creo que puedo aguantar.
Instantes después toda la polla de su marido estaba empalando aquel blanco trasero.

Se quedó quieto empujando al máximo, como queriendo entrar todo entero dentro de ella, pero ya no quedaba más polla por meter.
Se empezó a mover despacio.
Alba se acariciaba el clítoris para mantenerse excitada.
Hugo con las manos sobre el culo de su ninfa, admiraba la belleza de sus curvas y la perfección de su piel.
—Que hermosa eres, que suerte tuve al conocerte.
Ahora sus empujones empezaban a ser más violentos, pero ella no protestaba.
—Sigue así Hugo, sigue, no te corras todavía, hoy me está gustando mucho.
Alba seguía masturbándose, y su voz indicaba que estaba a punto de correrse.
Cuando dejo de tocarse la vulva y dejo caer su cabeza sobre la almohada, Hugo supo que había llegado el momento, ahora podía correrse también él.

Dejando caer su cuerpo sobre el de ella, se corrió con la polla metida hasta el fondo, sin moverse, mientras Alba se dejaba caer sobre la cama y él la acompañaba, aun metido dentro de ella.
— ¿Te ha gustado?
—Sí, ha sido mucho mejor que otras veces. —Dijo mientras se acomodaba para aguantar el peso de su marido que no parecía tener ganas de desmontar.
—A mí también me ha encantado, no sé porque me gusta tanto metértela por el culo, es algo digno de psicoanálisis.
—Deja la meditación y tráeme un buen trozo de papel del baño, sino lo voy a poner todo perdido. —Dijo ella riendo.

Llego el lunes, la semana empezaba con aparente normalidad, Hugo se había ido a trabajar temprano, y Alba esperaba a que llegase el primero de los tres alumnos que tenía aquel día. Al estar los niños en periodo vacacional, impartía clases también algunas mañanas.

Entretanto estaba realizando las tareas del hogar cuando sonó el móvil.
Dudó en responder al ser un número que le era desconocido, pero luego pensando que podía ser la madre de algún alumno, decidió responder.

— ¿Diga?
—Hola. ¿Eres Alba? —Era una voz de hombre.
—Sí, soy yo, ¿Que desea?
—Soy Mario, el jefe de tu marido.
— ¿Cómo tiene usted mi numero? —Pregunto confusa.
—Digamos que se lo he pedido prestado a mujer.
—Bueno. ¿Y qué quería usted?
—Por favor, Alba, no me trates de usted. —Su voz sonaba amable y paternal— En primer lugar, perdóname por haber tenido la osadía de llamarte. Pero deseaba volver a oír tu voz y volver a felicitarte por la velada del sábado.
—Gracias Mario, me alegro mucho de que te gustase la cena, pronto nos volveremos a ver, supongo. —Alba intentaba contener su enfado, era el jefe de Hugo, pero aquella llamada le daba mal rollo, y estaba deseando colgar el teléfono.
—Quería proponerte algo, me gustaría que saliésemos los dos juntos a tomar algo. Si tienes alguna tarde libre. Es importante para mí hablar contigo, y puede ser bueno para vuestro futuro.
—No le comprendo. ¿No podría decirme de que se trata? —De nuevo lo trataba de usted, no estaba para tonterías.
—No son cosas para hablarlas por teléfono, y necesito que me des una respuesta.
—Bueno, le llamaré tan pronto como sepa que tengo una tarde libre, hasta luego. —y sin esperar respuesta colgó el teléfono.

Alba no podia dejar de pensar en aquella conversación, así fue durante todo el día, imaginaba lo que quería aquel hombre, era fácil intuirlo, pero tampoco estaba segura de ello y no quería hacer un juicio precipitado de la situación.
Tampoco le dijo nada a Hugo cuando este volvió del trabajo, era mejor ser prudente.
No podía poner el futuro de su marido en peligro, primero hablaría con aquel hombre y saldría de duda sobre cuáles eran sus intenciones.

Pero no podía seguir viviendo con aquella incertidumbre, y aquella misma tarde llamo a Mario. Quedaron en una cafetería del centro a las cinco de la tarde del día siguiente.

Aquella noche no hubo sexo, Alba dijo estar indispuesta, era incapaz de fingir en la cama, no se veía follando y pensando en otra cosa a la misma vez, cosa que sabía que hacían muchas mujeres para complacer a su pareja.

—Hugo, me llevo el coche, tengo que ir a hacer unas compras, volveré pronto.
Hugo estaba muy ocupado con el trabajo que se había traído a casa, y tenía que terminarlo aquella misma tarde.
—Ten cuidado con el tráfico, hasta luego. —Respondió de forma automática, sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.

Condujo intentado controlar sus nervios, pero no podía evitar pensar en aquel hombre. ¿Qué diablos le iba a proponer?
No era tonta, sabía que era muy guapa y que los hombres la deseaban con locura.
Pero Mario parecía más civilizado que aquellos que la piropeaban cuando caminaba por la calle.

Aparco el coche tan cerca como pudo de la cafetería y se dirigió hacia allí caminando.
Se había vestido de forma sencilla, una camiseta de manga corta y unos pantalones vaqueros, apenas se había maquillado, no quería llamar demasiado la atención.
Tampoco quería que Mario pensase que se había arreglado para la ocasión.
A pesar de ello, todos los hombres la miraban al pasar, era inevitable.

Entro en el local, era un lugar discreto, sin mucha luz. Su mirada busco entre las caras de los escasos clientes, en la barra no estaba Mario.
Miro hacia el fondo y lo vio en una mesa, en el lugar más discreto del bar.
Sonrió al verla acercarse, se levantó para saludarla y le pidió que se sentase.

—Bien, ya estoy aquí. ¿Qué es eso tan importante que quería decirme?
—Por favor tutéame, haces que me sienta muy mayor.
—Bueno, pues tú dirás.
— ¿Quieres tomar algo?
—Un Martini.
Llamo al camarero y pidió un wiski con hielo para él y el vermut para ella.

—Pues se trata de que he estado pensado seriamente en lo que dijisteis la otra noche sobre vuestra situación económica. Soy consciente de lo mal que lo estáis pasando, nosotros pasamos por una situación parecida al principio. Lamentablemente no apareció nadie dispuesto a ayudarnos.
— ¿Dónde quieres llegar?
—Tranquila, déjame que me explique. Tu marido es un trabajador intachable, y dentro de unos años será alguien importante en la empresa, pero claro, hasta entonces su sueldo va a seguir siendo muy similar al que tiene, y vuestra situación puede seguir empeorando.
— ¿y?
—Pues me he propuesto influir para que Hugo ascienda este mismo mes, e incluso doblar su sueldo.

Alba estaba muy tensa, intentaba no mirar directamente a Mario, talvez por temor a fulminarlo con la mirada. Contenía la rabia mientras su corazón amenazaba con escapar de su pecho, sabía que la propuesta estaba al caer.
— ¿Qué pinto yo en todo esto? —Su voz sonó seca, metálica, ya no podía disimular su enfado.
—A cambio solo te pido, digamos… que seas amable conmigo, podemos ser muy amigos si tú lo quieres. —Alargo sus manos para coger las de Alba, pero ella las escondió rápidamente bajo la mesa.

La rabia había hecho aflorar las lágrimas a sus grandes ojos.
— ¿Crees que soy una puta?
—No Alba, por dios no pienses eso, puedo tener tantas putas como quiera, tengo dinero para ello, pero no es eso lo que busco. He visto en ti la mujer con la que siempre soñé, tu belleza me hechizó desde la primera vez que te vi.
—Lo siento Mario, no puedo complacerte, espero que no tomes represarías contra mi marido por ello. Adiós. —Sin más se levantó y salió a la calle sin mirar atrás.

De vuelta a casa entro en un supermercado y compro algunas cosas para justificar su salida ante Hugo. Había decidido ocultarle lo sucedido, no quería que diese algún mal paso y perdiese su empleo.

Después de aquel incidente los días siguieron su curso con normalidad, Alba había borrado el incidente de su memoria, y como siempre, hacían el amor casi todas las noches para evadirse de los problemas del día.

Sonó el timbre, Alba miró la pantalla del videoportero, era el cartero.
—Correo certificado.
—Bajo enseguida.
Vio que era una carta del banco, la abrió nerviosa tan pronto entro en su casa. 
Era una carta llena de amenazas, se debían ya dos plazos de Hipoteca, Hugo se lo había ocultado, quizá para no preocuparla.
Nerviosa, espero a que llegase su marido para pedirle explicaciones.

— ¿Por qué me has ocultado esto? —Dijo entregándole la carta.
Hugo palideció la leerla.
—No quería preocuparte, no hay necesidad de que suframos los dos.
—Los problemas de la casa son de ambos, no tienes que cargar tú con todo el peso.

Vio como Hugo luchaba por no romper a llorar, y lo abrazó. Así abrazados, lloraron los dos en silencio, hasta que consiguieron volver a armarse de valor y buscar una salida.
Ambos irían al día siguiente al banco para hablar con el director.

Salieron abatidos del banco, la directora de la sucursal, una tía fea y posiblemente malfollada, no había sabido darles ninguna solución.
Decía cumplir órdenes de la central, según les dijo no podía hacer nada, tenían que pagar o atenerse a las consecuencias.

De vuelta a casa intentaron buscar otra solución.
Se les ocurrió poner el piso en venta para con ello saldar la hipoteca, luego ellos buscarían un apartamento con un alquiler asequible.
Aquella misma tarde pusieron un anuncio en Internet a través de una inmobiliaria.

Durante el mes siguiente recibieron varias llamadas de posibles compradores, pero a todos les parecía excesivo el precio, más tratándose de una vivienda usada.
Pero ellos no podían rebajar el precio, este tenía que cubrir la deuda hipotecaria.

Era lunes, Alba estaba sola en casa, ya no daba clases por las mañanas, los niños habían vuelto al cole.
Se dirigió al mueble bar y se sirvió una copa de licor, era la primera vez que hacia algo así, nunca bebía estado sola. Luego se dirigió a la sala de estar y se sentó, necesitaba un poco de alcohol para relajarse y pensar.
Con la mirada perdida en el televisor apagado, se puso a darle vueltas a la oferta de aquel sinvergüenza.
Si de pronto Hugo pasase a ganar unos tres mil euros mensuales se acabarían todos los problemas económicos. Todo dependía de ella. ¿Pero seguiría en pie la oferta?
Se sirvió una segunda copa antes de atreverse a averiguarlo.
Buscó en el registro de llamadas hasta que encontró el número, no lo tenía guardado en la agenda, pulsó llamada y con mano temblorosa acerco el teléfono a su oído.
Un tono, dos, tres, cuatro, estaba a punto de colgar y olvidarlo todo, pero ya era tarde.

—Hola Alba, que alegría, dime. ¿Qué quieres?
—Es sobre lo que estuvimos hablando. ¿Aún sigue en pie la oferta? —Su voz sonaba abatida como un susurro.
—Por supuesto preciosa, lo estará mientras viva.
—Nuestra situación es desesperada, y no puedo seguir viendo a Hugo vagando como un alma en pena. Sabe dios que si doy este paso es solo porque le quiero.
Pero que garantía tengo de que cumplirás lo prometido.
—Soy un hombre de palabra, y como prueba de buena fe, mañana mismo ascenderé a Hugo hasta donde lo permite mi cargo. Con ello su sueldo se verá incrementado en un cincuenta por ciento, el resto depende de la central, pero conseguiré convencerles.
— En cuanto a lo otro. ¿Para cuándo tengo que estar dispuesta?
— ¿Te refieres a lo nuestro?
—Bueno, más bien lo tuyo, diría yo.
—Podemos quedar para este mismo sábado por la noche, tu marido va a estar fuera, le enviaré a una convención que hay en Sevilla, debe formarse para su nuevo cargo.
—Entonces, hasta el sábado, si no cambio de idea.
—Te llamaré el viernes para ver a qué hora quedamos.
—Hasta luego.
—Hasta pronto cariño.

Dejo el móvil sobre la mesa, su mano aun temblaba, pero ya estaba hecho, acababa de dar un paso increíble, incluso para ella misma.
Pero no se sentía tan mal como temía, se sentía fuerte y resuelta, posiblemente por el alcohol y quizá también por la descarga de adrenalina que le había provocado la conversación.
Cerro los ojos e intento hacer balance de la situación.

Antes de conocer a Hugo, Alba había tenido otros novios, y había follado con ellos, unas veces con amor y otras solo por deseo sexual.
Desde que vivía con Hugo le había sido fiel, pero no era ninguna monjita.
Solo tenía que abrirse de piernas, dejar que aquel hombre se corriese dentro de ella, y todo habría terminado.
Solo era un polvo más, la única diferencia era que ella no había elegido libremente con quien echarlo, y aquel hombre, aunque atractivo era mucho más mayor que ella.
Luego, una buena ducha muy caliente, y su piel se olvidará de todo.
Se vino arriba con aquellos pensamientos, era una heroína que iba a salvar su casa y talvez también su matrimonio.

Al día siguiente Hugo volvió loco de alegría a casa.
Sin soltar el ramo de rosas que llevaba en la mano, abrazó a su mujer y besó sus labios.
—Cariño, me han ascendido, y no solo eso, además voy a ganar setecientos euros más todos los meses. ¿Te das cuenta? Vamos a salir del bache donde estamos metidos.
—Voy a poner las flores en agua. —Dijo ella sonriendo, y le propinó un nuevo beso en los labios.

Tenía que aparentar sorpresa y nerviosismo, así que después de dejar las flores le hizo mil preguntas a Hugo sobre su nuevo cargo.
Él respondía encantado, parecía un niño con un juguete nuevo.
Y Alba sonreía…
—Esta noche cenaremos fuera. —Apuntó Hugo, y luego si quieres lo celebraremos en la cama.
—No es para menos, la ocasión lo merece. —Dijo Alba, mostrando una alegría que solo sentía en parte.
—La parte negativa es que este fin de semana voy a estar fuera, tengo que ir a una convención que se celebra en Sevilla, y así ir adquiriendo experiencia para mi nuevo cargo.
—Creo que el sacrificio vale la pena, nada llega sin esfuerzo. —Respondió ella simulando resignación. ¿Cuándo tienes que irte?
—Me iré el viernes por la noche, supongo que estaré aquí el domingo por la tarde.
—Te esperaré impaciente.
—Me gustaría que te vinieses, pero somos cuatro hombres los que vamos, todos en un mismo coche.

Huelga decir que aquella noche fue muy especial para los dos.
A pesar de que Alba no podía dejar de pensar en lo que le esperaba el próximo fin de semana, y Hugo no dejaba de pensar en sus nuevas responsabilidades.
Pero cuando llego la hora de unir sus cuerpos, olvidaron todo lo demás, entregándose el uno al otro como si fuese la última vez.

El resto de la semana pasó rápido para Alba, no tenía ganas de que llegase el sábado, pero ya era viernes.
Hugo se había marchado esa misma mañana, ella se fue a pasear por la ciudad, decidió visitar centros comerciales para distraerse.
Estaba en la sección de lencería de unos grandes almacenes cuando sonó su móvil.
El calor que recorrió su cuerpo se sumó al que había en aquella estancia, sus sospechas se confirmaron cuando vio el número.
—Dime.
—Hola Alba, te llamo para concretar la hora en pue pasaré a recogerte mañana.
— ¿A recogerme? Yo creí que nos íbamos a quedar en mi casa.
—Te mereces algo mejor, iremos a un sitio maravilloso a cenar y luego pasar la noche, es una sorpresa.
—Nunca me hablaste de pasar la noche juntos, además nos verán, eso puede ser comprometedor para los dos.
—No te preocupes por la discreción, está garantizada. Pasaré a las ocho de la tarde. ¿Te parece bien?
—Como quieras, tu eres quien manda.
—Entonces, hasta mañana, vida mía.
—Hasta mañana.

Guardo el teléfono en el bolso y se quedó pensativa, la conversación había trascurrido muy rápidamente, no había tenido tiempo para analizar la situación.
Al parecer la cosa no iba a ser como ella se había imaginado.
Su idea era recibir aquel hombre en su piso y despacharlo después de que le echase un polvo, talvez dos.
Después de aquello ella se quedaría tranquilamente en su casa, una buena ducha y misión cumplida, fin de la historia.
Pero la cosa no iba a ser tan sencilla, Mario quería pasar toda la noche con ella, no se iba a librar de él con tanta facilidad.
A estas alturas tampoco se podía negar y con ello destruir todas las ilusiones de Hugo. Tampoco quería volver a sentir el yugo del banco sobre sus cabezas.
Estaba decidida, seguiría adelante.

Se había olvidado de algo importante, cogió el móvil para volver a llamar a Mario.
— ¿Mario?
—Sí, dime.
—Se me olvidó preguntarte como debo vestir para la ocasión, no quiero hacer el ridículo.
—Ha, es solo eso. —Respondió, dejando escapar el aire— Temí lo peor. Vístete como lo haces para salir con tu marido, con eso es suficiente. Aunque tú eres guapa con cualquier prenda que te pongas.
—Me pondré un vestido.
—Me parece bien.
—Hasta luego.
—Besos.

Más tarde llamó Hugo, estaba entusiasmado, se sentía importante codeándose con altos cargos de la empresa, estaba viviendo un sueño.
Alba le dijo que se alegraba mucho, que verle feliz la hacía dichosa a ella también.
Quedó en volver a llamarla el sábado cuando todo terminase.

Una lagrima recorrió la mejilla de alba.
Pobrecillo es tan feliz, parece un niño pequeño.
Su supiese cual es el precio de todo esto, si supiese que mañana tengo que follar con otro hombre para que se mantenga esta farsa.
De repente su corazón dio un blinco al darse cuenta de que estaba sintiendo cierto morbo con aquella situación.

Por un momento se había sentido como una puta, pero por primera vez aquello le había gustado.
Se sintió poderosa, a fin de cuentas, aquel hombre estaba haciendo disparates para poder acostarse con ella.
Mario podía tener cualquier profesional del sexo simplemente pagando, tenía mucho dinero y no tenía necesidad de complicarse la vida.
Sin embargo, la había elegido a ella…
Con su cabeza divagando se fue a la cama, y allí siguió pensando hasta que se durmió.
Cuando despertó por la mañana tenía una de sus manos dentro de las bragas, su coño estaba mojado. ¿Se había masturbado mientras dormía? No recordaba nada.

Pidió cita en la peluquería y tuvo suerte, la peluquera que era amiga suya le busco un hueco sobre las doce de la mañana.
Decidió estar bien guapa para aquella cita, a fin de cuentas, las cartas estaban echadas, podía ir a ella como una víctima, pero pensó que le sería más ventajoso usar la cabeza.
Quizá podía sacar aún más partido de todo aquello.
Solo tenía que usar el cerebro, y silenciar su corazón.

los nervios no le permitieron comer casi nada en todo el día, estaba nerviosa, pero ya no estaba asustada ni triste, estaba mudando la piel.
A las seis de la tarde empezó a arreglarse, optó por un vestido azul que dejaba al descubierto sus piernas y buena parte de sus muslos, y un escote que mostraba parte de sus pechos y el canalillo.
No dejo al azar ni la ropa interior, eligió unas bragas color carne que dejaban ver el negro de su triangulo secreto y un sujetador del mismo color, la aureola de sus pezones se veía perfectamente a través de él. 
Con los zapatos de tacón y un bolso discreto, completó su vestuario.
Se maquilló sin exceso, sabía que no lo necesitaba, pero así se sentía más segura.

A las ocho en punto sonó su móvil.
—Estoy aparcado frente a tu puerta, baja cuando puedas.
—Bajo enseguida.
Un toque de perfume, una última mirada en el espejo, y ya estaba abriendo la puerta del lujoso mercedes.

Estaba ya oscureciendo, Mario se quedó boquiabierto cuando la vio bajo la luz interior del coche.
—Hola Alba.
—Hola Mario.
—No imaginaba que tu belleza se podía mejorar, eres lo más bello que he visto en mi vida.
—Gracias. —Dijo Alba sonriendo, la mosquita muerta estaba desconocida.

Arranco el coche y circularon durante cinco minutos en silencio, Mario puso la radio para romper aquel mutismo.
— ¿Dónde vamos? —Pregunto Alba.
—A las afueras de la ciudad, es un lugar discreto, te gustará.
—Te recuerdo que no estoy aquí por gusto, si accedí a esto es por pura necesidad.
—Yo no te obligué a ello, has venido por voluntad propia. Es más, me comprometo a mantener la posición de tu marido si decides no seguir adelante.
—He llegado demasiado lejos, no sé si me arrepentiré después, pero voy a seguir hasta el final.
—Gracias, eres toda una mujer de palabra.

Aminorando la marcha, paro el coche en el arcén.
Mario se giró hacia Alba y cogió sus manos, mirándola a los ojos, parecía un hombre enamorado.
—Solo te pido que te entregues a mi sin reservas esta noche, después te dejaré en paz y podrás elegir que nos sigamos viendo o no, eso no afectará a la situación de tu marido.

Alba asistió con la cabeza, él acercó su boca a la suya, pero ella giró la cabeza.
—No me tortures por favor, es parte del trato.
Esta vez no se resistió, Mario beso aquella boca con toda la pasión contenida. Superada la primera impresión, Alba respondió al beso con su lengua, no era tan desagradable como esperaba.
Con las manos en el volante, Mario tuvo que esperar unos minutos para recuperar el aliento.
—Gracias cariño, me ha hecho muy feliz.
Cogió la autovía y siguió durante media hora hasta tomar una carretera segundaria.
Alba estaba desorientada, no tenía ni idea de donde se encontraba.

Al cabo de cinco minutos pararon ante una enorme puerta enrejada, esta se abrió automáticamente, y atravesaron unos jardines débilmente iluminados por farolas.
Al fondo se veía la fachada de un enorme edificio, era una especie de palacete o mansión.
Pararon en la puerta y bajaron del coche, acto seguido un joven se llevó el vehículo.
Subieron unas escalinatas y un elegante portero les abrió la puerta de entrada.
Alba quedo impresionada por la amplitud de aquella estancia, su lujosa decoración, y las dos escaleras que conducían a la planta superior.

Se acercaron al mostrador de recepción.
—Buenas noches señor Mario, le hemos reservado la suite Viena. ¿Cenaran ustedes en el comedor?
—Si gracias. ¿A qué hora se sirve la cena?
—Dentro de quince minutos.
—Bien, vamos a subir a la habitación, después bajaremos a cenar.

Subieron por una de las enormes escaleras, Mario llego a la suite sin dar rodeos, se veía que no era la primera vez que estaba allí.
Introdujo la tarjeta en la cerradura electrónica, y la puerta se abrió como por arte de magia. De nuevo Alba quedó maravillada por tanto lujo y espacio.
Una enorme cama se veía al fondo de aquella habitación, pero para llegar hasta allí había que cruzar un enorme salón con sillones de cuero blancos, y una mesa en el centro.

— ¿Dónde está el baño?
Mario le señalo una puerta, aquel baño era tan grande como su habitación de matrimonio, una enorme bañera de hidromasaje ocupaba casi la mitad del mismo.
Cuando salió del baño Mario la abrazó con fuerza y la volvió a besar, ella se rindió al beso y le abrazo también.
—Tenemos que bajar, es la hora de la cena.
Separaron sus cuerpos y se encaminaron hacia el comedor, una enorme estancia con grandes lámparas que colgaban del techo.
—Pero aquí te pueden reconocer. ¿No temes tener problemas?
—Todos los que vienen aquí tienen razones para callar, nadie ve a nadie, esa es la norma.
Un camarero elegantemente vestido les condujo hasta una de las mesas.
Encargaron una cena ligera, ninguno de los dos parecía tener hambre.
—Parece que no es la primera vez que vienes aquí, todo el personal parece conocerte.
—He venido otras veces, no soy ningún santo.
—Con mujeres supongo.
—Con putas de alta gama, es algo que no tiene nada que ver contigo. Y puedes estar segura de que ninguna alcanzaba tu belleza, ni despertó tanto mi deseo como lo haces tú.

Había otras cinco parejas cenando, todos eran hombres maduros acompañados de exuberantes damas, para los ojos de Mario ninguna alcanzaba la belleza de Alba.
Todos volvieron su cabeza para verla mejor cuando entro al comedor.
—Todos estos hombres pensaran que yo también soy una puta.
— ¿Y eso te preocupa?
—La verdad es que no, a estas alturas la cosa me divierte, en realidad me estoy comportando igual que ellas, solo que yo no soy profesional. —No pudo evitar reír al decir esto último.
—Para mí no eres una puta, pero no vamos a discutir sobre eso, sería una conversación interminable. Pudimos cenar en la habitación, pero quise pavonearme ante estos otros hombres, quería darles envidia.
—No importa, me gusta sentirme admirada. —Dijo apurando la segunda copa de vino.
—Si bebes mucho te puede dar sueño, y te quiero despierta. —Dijo Mario riendo.

Mario se levantó de la mesa y ella le imito.
Se dirigían hacia la escalera, cuando un hombre interpelo a Mario. Era uno de los comensales, había salido al aseo y ahora volvía al comedor.
—Disculpe. —Se dirigió en voz baja a Mario. — Es muy guapa. ¿Me podrías dar su número de teléfono?
—No es una puta. —Respondió Mario con sequedad. Y siguió su camino.
Alba ahogaba la risa con su mano, parecía divertida, el vino debía ayudarle a ello.
—Mi primera noche y ya me están saliendo clientes. —Pero el tono de su voz no era tan alegre como su risa.

De nuevo en la habitación, retomaron el abrazo que habían interrumpido antes de la cena.
Mario buscó la cremallera del vestido y la bajo lentamente, el vestido cayo y alba quedo casi desnuda, su ropa interior no ocultaba casi nada de su intimidad.
Se apartó un par de pasos para verla mejor, ella parecía interrogarle con la mirada.
— ¡Dios! Eres aún más hermosa de lo que imaginé, tu cuerpo es digno de una diosa. —Tuvo que aclarar su voz para decir aquello, los nervios le habían secado la garganta.

Mario empezaba a desnudarse cuando el móvil de Alba sonó dentro de su bolso.
Era Hugo.
—Hola Cariño. ¿Cómo te encuentras? —Pregunto ella.
—Estoy muy bien, ya ha terminado todo, ahora estoy en la habitación del hotel.
—Vaya, pues yo también.
— ¿Tú también estas en un hotel?
—Quiero decir que yo también estoy en el dormitorio, voy a acostarme enseguida.

El subconsciente la había traicionado, por un momento quiso que se la tragase la tierra. ¿Sospecharía Hugo algo? No era posible, eran paranoias suyas.
Tras una breve conversación se despidieron hasta el día siguiente.

Mario estaba ya en ropa interior, Alba observo que aquel hombre estaba bien conservado a pesar de la edad, no tenía barriga, y era bastante más velludo que Hugo. Se acercó a ella para terminar de desnudarla, Alba estaba pensativa, como ausente.

—No te preocupes cariño, todo saldrá bien. — Le quito el sujetador y su boca busco aquellos pechos que desafiaban la gravedad, sus pezones no tardaron en ponerse erectos y duros.
Aquel era uno de los puntos débiles de Alba, no pudo evitar que se le escapasen algunos gemidos.
Sus manos bajaron ahora hasta quitarle las bragas, Alba juntó las piernas, talvez por instinto, aun no estaba preparada para entregarse del todo.
Mario se agachó ante ella y abrazando su culo, se volvió como loco besando el pubis y los muslos de su musa.

—Vamos a la bañera. —Dijo cogiendo su mano, ella le siguió en silencio.
El servicio de habitaciones había preparado el baño mientras cenaban, había también un carrito con champan cerca de la bañera.
Mario se quitó los calzoncillos para meterse en el agua.
Alba vio por primera vez su polla, no pudo evitar compararla con la de Hugo, aunque no estaba del todo erecta, Esta parecía mucho más larga y gruesa que la de su marido.

—Vamos, entra tú también. —Mario estaba sentado en el fondo de la bañera. Pudo ver como el coño de Alba se abría, mostrando su rojo interior, cuando esta levanto una de las piernas para entrar en el agua.
Se sentó frente a él, sobre sus muslos, sus vientres solo estaban separados por la polla de Mario, quien la abrazo y cubrió su cara de besos, luego sus labios se unieron, una vez y otra vez más. Alba sentía como la verga de Mario iba creciendo entre sus vientres.

Hicieron una pausa para abrir la botella de champan, bebieron una copa y se sirvieron otra.
—Siéntate sobre el borde de la bañera. —Dijo él.
Ella obedeció, y el de rodillas ante ella, le separo las piernas, aquel precioso cofre se abrió no pudiendo esconder ya ninguno de sus tesoros.
Mario tomó un sorbo de champan y metió la cabeza entre las piernas de alba, mientras el champan escapaba de su boca, su lengua recorrió cada rincón de aquella vulva, ni los repliegues de su ano se libraron de la lujuria de aquella lengua.

Alba se hacia la fuerte, quería controlar la situación como lo haría una puta profesional. Estaba dispuesta fingir placer, pero se resistía a rendirse ante aquel hombre. Las putas no disfrutan realmente del sexo, eso había oído siempre.

La lengua de Mario seguía trabajando, mientras ella emitía gemidos que no eran reales para contentar al hombre que ahora se estaba centrando el clítoris.
 Alba quería seguir fingiendo, pero no fue posible, aquello le estaba gustando demasiado, sus gemidos pasaron a ser reales, y su cuerpo se estremecía cada vez que sentía la presión de aquella lengua entre sus piernas.
Mario paró y se puso en pie ante ella.

Ahora podía ver su polla en total erección, casi doblaba la de su marido, se sorprendió al descubrir que se sentía atraída por aquella enorme verga.
— ¿Quieres chupármela?
No respondió, se limitó a arrodillase dentro del agua, miró aquel enorme glande y vio como goteaba, aquel hombre estaba muy excitado.
Dudo un instante, y abriendo la boca se metió aquella polla tan adentro como le era posible, el líquido preseminal sabia igual que el de su marido, cerrando los ojos se lo tragó, y siguió metiendo y sacando aquel enorme falo de su boca.
Cada vez que le lamia el glande, este volvía a expulsar más líquido, y ella se lo volvía a meter en la boca.
— ¿La tiene tu marido tan grande como Yo?
—Más o menos igual. —Mintió, sin levantar la cabeza, no estaba dispuesta a decir lo él quería oír. 

Mario resollaba como un caballo, a la vez que su cuerpo se tensaba.
—Que bien la chupas, serias una buena puta, sigue así cariño, sigue.
Mario alternaba groserías con palabras amables, no podía controlarse.
—Ya, ya está, me corro…
Pero era demasiado tarde, la boca de Alba estaba ya llena de leche, se echó hacia atrás y fue su cara quien recibió el resto de los disparos.
Su boca escupía semen, y su cara estaba cubierta de gotas blancas que resbalaban por sus mejillas.
Salió del agua y se dirigió al lavabo, allí se enjuagó la boca y se lavó la cara.
Mario la miraba desde la bañera, estaba inclinada hacia delante, entre sus piernas el vello de su coño escurría agua, estaba empapada.
Le acerco una toalla y se dispuso a secar su espalada.
—Apártate, por favor. —Parecía enfadada.

—Lo siento Alba, te juro que ha sido sin querer.
—Podías haber avisado antes, nadie me ha hecho nunca algo así.
— ¿Sientes asco?
—Creo que no, estoy confusa, me siento humillada.
— ¿No quieres que sigamos?
—Quiero seguir, tú mismo me has dicho que sería una buena puta, una puta no deja el trabajo a medias.
—Lo he dicho en un momento de máxima excitación, no lo pensaba realmente.

En el fondo estaba deseando tener aquella enorme polla dentro, aunque se negaba a admitirlo.
Aquel hombre le empezaba a gustar, la había deslumbrado con todo lujo de detalles solo para ella, y luego le había comido el coño de forma magistral.
Decidió quitarse la coraza, y dejar de estar a la defensiva, con ello solo estaba consiguiente herirse a si misma. ¿Por qué no vivir plenamente la noche?

Se acercó a Mario y rodeo su cintura con sus brazos, dejando caer la toalla en la que estaba envuelta, empinándose besó sus labios.
— ¿Qué quieres que haga Ahora? —Preguntó con dulcera.
—Vamos a la cama. —Dijo un Mario totalmente turbado.
Se dejó caer de golpe sobre la cama, quedando bocarriba con los brazos en cruz, sonreía, perecía realmente feliz.
Mario no daba crédito a sus sentidos, ¿Realmente estaba aquella mujer disfrutando, o de alguna manera se estaba riendo de él?

—Vamos, enséñame lo que sabes hacer con una mujer.
Mario se tendió a su lado, girándose para ver su cara.
— ¿Qué te ha pasado, como has dado este cambio tan brusco?
—He decidido disfrutar de la noche y de esa enorme polla que tienes, puesto que me vas a follar igualmente más vale que gocemos los dos.
No respondió, sus bocas se unieron de nuevo, los besos de Alba no podían mentir, ahora eran reales y expresaban deseo.

De nuevo sus tetas y sus duros pezones, y Mario que no se cansaba besar y acariciar aquellas colinas. Alba había dado rienda suelta a sus sentidos, ahora gemía y pedía más sin ningún pudor, mientras acariciaba la cabeza de aquel hombre.
Le pidió que se pusiese boca abajo, para seguir besando su espalda llegando hasta los montes de su culo. Lamió y besó cada centímetro de aquella piel, incluso le separo las nalgas para meter su lengua hasta donde le era posible.

De nuevo la puso bocarriba. Alba se abrió automáticamente de piernas, sabía que lo próximo era para su coño, aunque no sabía si se lo iba a comer o bien se la iba a meter sin más preámbulos.
Como buen amante, Mario opto por lo primero, de nuevo su lengua recorrió aquel valle secreto, arrancando alaridos de la boca de Alba que se retorcía como una serpiente, como si quisiese escapar.

—Déjalo Mario, déjalo ya por favor, no quiero correrme aún.
Mario se incorporó poniéndose de rodillas entre sus piernas, acto seguido se puso a masturbarse para endurecer su polla antes de meterla.
—Espera, no me la metas todavía. —Aun le faltaba el aliento al hablar y su pecho seguía agitándose.
— ¿Qué pasa, quieres que me ponga un preservativo?
—No, no es eso, tomo anticonceptivos, tiéndete bocarriba.

Alba se inclinó sobre él y de nuevo aquella polla lleno su boca, de nuevo se puso manos a la obra, tragándose todo el líquido preseminal que volvía a salir.
—Esta vez tendré cuidado. —Dijo Mario entre gemidos.
—Ya no me da miedo, pero no quiero que te corras ahora, quiero que me la metas ya de una vez, ya la tienes de nuevo bien dura.
Este hombre debe tomar Viagra o algo similar para tener la polla tan dura a su edad, pensó mientras se acomodaba de nuevo con las piernas abiertas.

Nunca había sentido algo tan grande entre las piernas, gozó de cada centímetro mientras entraba, iba sintiendo como su vagina se iba llenado, y un inmenso calor que le subía hasta el pecho. Cuando ya la tenía toda dentro aun quería más, se sentía tan llena, era fabuloso.
Cuando Mario empezó a moverse despacio, sintió algo que nunca había sentido son otro hombre, aquella polla le rozaba realmente el clítoris.
El ritmo de los empujones fue en aumento, ella cada vez se abrazaba con más fuerza a aquel hombre, como si tuviese miedo de que fuese a escapar dejándola ardiendo como estaba.

Alba estaba sorprendida con su propio comportamiento, nunca había gemido ni gritado de aquella manera mientras se la follaban.
Por primera vez estaba a punto de tener un orgasmo al poco de ser penetrada.
—Me corro Mario, me corro cariño.  —Y sus uñas se clavaron en la espalda de él, para luego relajarse de golpe.
—Yo también, me voy, ya, ya está, gracias Alba, gracias.
Sintió los espasmos de la polla dentro de su vientre y el calor de la leche. Había sido el mejor polvo de su vida.

— ¿Te ha gustado cariño?
—Ha sido fantástico, nunca un hombre me había hecho gozar de ese modo. Eres muy bueno en la cama, además de tener una polla enorme.
— ¿Pero no me dijiste que tu marido la tenía igual de grande?
—Sabias que mentía. —Dijo riendo— Tu mujer debes estar muy contenta contigo.
—Eso era hace años, nuestra relación se ha ido enfriando, ella tiene ahora sus aventuras y yo las mías. Ambos los sabemos, pero hacemos como que no nos enteramos.
—Lastima, pero todas las relaciones se enfrían con el tiempo.
—Es aun temprano, son solo las dos, ¿Te apetece que tomemos algo o quieres dormir ya?
—Voy a lavarme en el bidet y a meterme en la bañera, estoy llena de leche por dentro.
—Voy a llamar al servicio de habitaciones y enseguida estoy contigo.

 Estaban los dos dentro del baño cuando entro el camarero, Alba no se molestó ni en taparse los pechos, ya no era la misma mujer que había entrado allí ayer.
Les habían subido unos cafés con leche y unas galletas, Mario cogió una botella de licor del mueble bar, y desnudos se sentaron en los sillones de cuero.
Tomaron los cafés en silencio, luego una copa de licor cada uno, y se quedaron frente a frente mirándose, cada cual sumido en sus pensamientos.

Alba se levantó y se sentó junto a él. 
—¿Estas ya repuesto? Yo estoy dispuesta para cuando quieras.
—Tendrás que emplearte a fondo para ponérmela dura de nuevo.
—Haré todo lo posible.
Y se arrodillo sobre la moqueta, Mario se puso de pie frente a ella.
Aquella polla estaba flácida cuando se la metió en la boca, pero pronto sintió como la boca se le iba llenando, ya no le cabía toda la polla dentro.
—Ya está ya la tienes a punto.
Dicho eso se puso a cuatro patas sobre uno de los sillones.
Mario se la metió esta vez sin contemplaciones, en esa postura la polla entraba más a fondo y en su brusquedad arranco un grito a alba.
—Ten cuidado me has hecho daño.
—Lo siento cariño, ¿Estas bien?
—Si no te preocupes sigue, pero avísame antes de correrte, quiero darte una sorpresa.
De nuevo volvía a sentirse llena por dentro, era como si tener aquella polla en sus entrañas le diese seguridad en sí misma, se sentía bien, satisfecha, importante.
—¿Te la han metido alguna vez por el culo? —Pregunto Mario entre jadeos.
—Sí, pero tu polla es demasiado grande, lo veo imposible.
—Quien sabe, talvez con paciencia, algún día si tú quieres…

La conversación había desconcentrado a Alba, impidiendo que tuviese un nuevo orgasmo, pero ya era tarde.
—Estoy a punto de correrme, ¿Quieres que la saque?
—Sí, y ven aquí, quiero que me folles por la boca. —Dijo esto sin cambiar de postura, Mario rodeo el sillón y se puso frente a su cara.
—No quiero que me avises cuando te vayas a correr, pero luego tienes que comerme el coño, esta vez no me he corrido.
—Haré lo que quieras. —Y se puso a bombear dentro de aquella boca caliente y sensual.
Ella agarró la base de aquel falo con su mano, era mucha polla para su boca.
Mario tensaba cada vez más sus músculos, de un momento a otro terminaría por correrse.

El glande le llegaba casi hasta la garganta cada vez que él empujaba, la mano de alba impedía que entrase más a fondo.
Y allí estaba, en el fondo de su boca, cuando sintió el primer chorro de leche, y luego el segundo, tuvo que tragar, no le cabía más semen en la boca, los tres o cuatro siguientes fueron más flojos, además era la tercera vez que Mario eyaculaba esa noche.
Escurrió la polla con sus labios para dejarla totalmente limpia de fluidos, y volvió a tragar.

— ¿Dónde está la leche, te la has tragado?
—Así es. Nunca imaginé que fuese capaz de hacer algo así. ¿Me he ganado el diploma de puta? —Reía con sinceridad, estaba contenta.
—Nunca serás para mí una puta, tampoco he conocido ninguna que se haya bebido mi leche.  Tú eras la mujer que más feliz me ha hecho en la cama, siempre tendrás todo mi respeto. Vamos tiéndete bocarriba, tú también mereces correrte una vez más esta noche.

Alba estaba tan caliente que se corrió enseguida, sujetando la cabeza de Mario entre sus piernas.
Después de aquello se acostaron abrazados, y se durmieron enseguida.
Cuando despertaron eran ya las diez de la mañana, pidieron el desayuno.
— ¿Cómo te encuentras esta mañana? ¿Esta arrepentida?
—Lo recuerdo todo como un sueño, y ahora me da un poco de vergüenza estar frente a ti, pero no me arrepiento de nada. Te deseo, cosa que nunca hubiese imaginado que pasaría.
—Y yo a ti, me temo que estoy enamorado, pero me resisto a ello, soy muy mayor para ti.
Se abrazaron, y el abrazo termino en la cama, una vez más hicieron el amor, esta vez con cierta tristeza, no sabían cuando volverían a estar juntos.

Una hora después estaban frente al piso de Alba. Mario saco su billetera y cogió dos billetes de quinientos euros, se los dio con disimulo a ella.
— ¿Qué es esto? Estaba enfadada. —Dices que no soy una puta y ahora vas y me pagas.
—No te enfades, escúchame. Cuando decidiste acostarte conmigo, lo hiciste por motivos económicos, prometí ayudaron y eso es lo que estoy haciendo, no pienses que te estoy pagando por tus servicios. Coge el dinero y ve mañana al banco a rebajar un poco la deuda. Déjate de prejuicios, tengo una opinión formada de ti y no va a cambiar. Y además os pienso seguir ayudando, aunque decidas no volverme a ver.
—Tienes razón me había olvidado de la realidad. Gracias Mario.

Se despidieron con un beso furtivo, Alba subió a su casa para esperar allí a Hugo.
Si cabeza era un hervidero lleno de preguntas y respuestas.
Pero si de algo estaba segura era de que se sentía una mujer nueva, más fuerte, más feliz.

Si este relato os gusta, escribiré la segunda parte, gracias por leerme y dar vuestra opinión, la cual es muy importante para mí.

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